Columna de opinión. Por: Yeisson X. Marzo 19 de 2021.
Del capitán de la selección se pueden aprender muchas cosas buenas. Entre ellas, de lo que precisamente, en este país NO se necesita y NO se debe ser más. Como por ejemplo, tener una personalidad tan rica en unos aspectos y tan pobre en otros.
James Rodríguez. Edición propia. |
No hay mejor ejemplo gráfico para representar lo que es el espíritu nacional que la figura de James Rodríguez, la cual logra se podría trazar en un recorrido que va desde: la proyección de los talentos y la jovialidad que tenemos para ofrecer, hasta la indisciplina, la falta de profesionalismo, la mala memoria y la carencia total del compromiso ciudadano para apoyar las diferentes causas sociales que tanto caracteriza a los individuos populares de este lunar del mundo. Y en eso, el 10 de la selección es un colombiano común y corriente más.
Hay un adagio popular que dice: “lo más eficiente y sensato es aprender de los errores de los demás para no repetirlo. Y si ya se cometieron esos errores, estamos en la obligación de no volver a cometerlos”. Bueno, en ese sentido, James o no lo ha escuchado o sencillamente, no es una persona eficiente y sensata.
James podría calificarse de ineficiente, si se considera que, con su talento consiguió volverse millonario y famoso. De eso no hay duda. No obstante, como el colombiano promedio, se vio permeado por ese espíritu de la rumba, el trago y las mujeres, lo cual lo condujo al día de hoy a un juego en el que ve pocos minutos al mes, e incluso, ninguno durante otros varios; sin embargo, sigue ganando millones y millones por estar sentado, por ver cómo otros hacen el trabajo debido a su indisciplina y falta de compromiso por el que no le tienen en cuenta, o quizá estos sean esos mismos factores que, nublan su aporte a los equipos en los que ha solido estar durante los últimos cuatro años, pues cuando no hay dedicación y cuidado, el cuerpo no le responde, lo que explicaría sus continuas ‘fatigas’ en el césped tanto para marcar defensivamente a sus oponentes, como lo cual también permitiría explicar la facilidad y constancia con la que se lesiona.
No obstante, hay un aspecto de su personalidad que no le permite brillar como persona y como profesional, tanto como podría fácilmente serlo. No es su ya muy conocida falta de disciplina, respeto y compromiso con su trabajo. Es que a él le pasa, lo que a mucho ciudadano de Colombia, es su pobre miopía social, la cual le hace desentenderse de millones de colombianos que ven él un orgullo y un ejemplo. Y que en los momentos de mayor trascendencia en los movimientos populares legítimos, han visto en él -y muchos otros deportistas- a un extraño y a un ser ausente muy lejano.
Sin embargo, su insensatez se ha expresado claramente, en esos momentos en que se le ha visto regodearse con esos personajes polémicos y dudosos, que precisamente han contribuido y exponenciado las diferentes crisis sociales a lo largo y ancho de las diferentes regiones del territorio nacional. Cuando juega la selección, “todos somos un solo corazón”. “Una sola causa”. Tal vez, la causa de él. Porque en las que el pueblo colombiano lo ha necesitado, nunca se ha asomado por estos lados.
No podríamos afirmar con certeza si radica, precisamente, lo que le pasa a él al igual que a tanto indiferente por ahí, si es en su falta de educación académica o en su falta de compasión para con los demás, la razón por la cual en los momentos de participación ciudadana con carácter coyuntural nacional, donde florecen las crisis sociales, que las personas como él nunca se dejaron ver, donde su presencia resalta por su ya acostumbrada ausencia y en donde nadie le conoce su voz.
James como buen reflejo del espíritu de esta tierra, que se pueden contar por millones, les es propia esa gran ‘tragedia’, en el que se le puede ver como una buena persona, un caballero y un ejemplo a seguir, solo si se le mira de lejos. Pues, quién le puede mirar con atención durante un lapso de tiempo, pronto ve que ya no lo es tanto. Y si alguien ve en esas facetas un modelo a replicar, me temo que estaremos condenados a no ver cambiar nuestra sociedad, al menos no, en un largo, largo tiempo.