De tanto caminar y tropezar, tarde que temprano algo se aprende. De la vida educativa y el mundo laboral, pronto se ve un hilo conductor que las enhebra y entreteje. Pronto entre tanto hacer, pagar, escuchar y hablar no es difícil notar el mayor fracaso del modelo educativo, laboral y cultural que nos rige: el hombre de hoy.
Fíjese el lector bien en lo siguiente:
Sobre las olas del mar, un ave majestuosa vuela, con sus alas blancas como la nieve, como una diosa del cielo, sin embargo, cuando el barco se acerca, su suerte cambia, y el albatros se convierte en una criatura torpe y extraña.
Para quién no lo sepa, ese es un parafraseo del poema de Charles Baudelaire titulado El albatros. Ese poema es una metáfora del ser humano moderno, un ser libre y magnífico en su esencia, pero que, al enfrentarse con la sociedad, se convierte en algo ajeno, un alienado, sometido a los prejuicios y las normas, sin saber cómo romper sus cadenas. Pero, necesariamente atado a su pesada carga.
El hombre de hoy como el albatros de ese poema se arrastra en la cubierta del barco y de la sociedad, ridiculizado, se burlan de él, lo patean y lo lastiman, y él limitado por su propia naturaleza no puede entender por qué, por qué su belleza y gracia no son valoradas como deberían o quisieran que así fuera. Como para el albatros, hoy no hay razón de ser, sino de hacer.
Así es el hombre moderno, que se pierde en la monotonía del trabajo y de esa pesada estandarización generalizada de los estudios en las instituciones educativas básicas, primarias, secundarias y de nivel superior; Tal es su destino hoy, que se olvida de su esencia, de su naturaleza creadora, y se somete a las reglas y los sistemas que lo limitan, obligado a olvidarse de lo que es a so pena de verse forzoso a transitar un valle que solo le lleva a la penumbra, la escasez y hasta la locura.
La educación y la formación profesional son dos de los principales factores que influyen en el desarrollo de los profesionales con tal vehemencia que casi termina determinando por completo sus vidas. En muchos casos, la educación se enfoca en enseñar habilidades técnicas y teóricas, dejando de lado la formación en valores y habilidades sociales. Eso sin tener en cuenta, que quienes lo imparten poco suelen estar cualificados para ello o si quiera interesados en intentar enseñarlo.
Esto lleva a que los profesionales no desarrollen habilidades como la creatividad, la innovación y la empatía, lo que limita su capacidad para desempeñarse de manera sobresaliente en su trabajo. Además, en muchos casos, la formación profesional se limita a un conjunto de habilidades específicas, sin profundizar en la comprensión de la naturaleza y el propósito del trabajo. Quizá, ello explique el por qué detrás de esos tratos poco amables y agradables en los diferentes puestos burocráticos. Gente que solo vive esperando el fin de mes o quincena por su pago y luego, con ello, pretenden olvidarse por unos instantes de la insatisfacción de su propia y la falta de propósito y sentido de su vida en juergas; sexo, lujuria, pasiones desenfrenadas, drogas y/o alcohol. Van como el albatros, en caída libre a ser pisoteados por quien tengan el infortunio de caer en frente.
O será que como el albatros le sucede al hombre moderno que, cansado un día de lo bueno y bonito, su conformismo le termina llevando a una desazón que se expresa en volar con mediocridad, apenas sosteniéndose para no caer de golpe en golpe. De tanto repetir su rutina y su conformismo, termina creando una cultura a su alrededor de ese sentir. Así como muchos profesionales se conforman con hacer lo mínimo necesario para cumplir con sus responsabilidades, sin buscar formas de mejorar, innovar o crecer en su trabajo, en su mente, alma, corazón y en su vida. Esto se debe en parte a esa innegable necesidad de encajar en la cultura a la que pertenece, que valora más la conformidad que la excelencia. Incluso hasta la rechaza, porque aceptarla implicaría apartarle de su tiempo de aquello que cree que lo salva de sí mismo.
El presente es difícil de asimilar, gracias a Dios o la vida que no es propio de la facultad humana ver el futuro, porque de hacerlo, quizá hoy muchos ya no estarían entre nosotros. Sin alas el albatros está exiliado de su propia naturaleza y condenado a transitar sin nunca olvidar, lo que ya perdió, ya no fue y ya nunca será.