Para el contexto, hace unos días, específicamente, el 02 de noviembre de 2021, a las 9:55 a.m —hora en Colombia— el PhD en física de partículas y divulgador de la ciencia Javier Santaolalla, expresaba lo siguiente:
Hoy estoy muy triste. He hecho el ejercicio de mirar atrás y recordar quién era yo hace 10 años, antes de empezar con esta profesión para darme cuenta de que soy mucho peor persona. Más huraño, agrio e infinitamente más desconfiado. (@JaSantaolalla)
Pero, solo sería el primero de hilo de tweets, dado que luego publicaría:
La ciencia no es perfecta y la profesión tiene sus defectos, pero me acostumbré a trabajar sobre principios mínimos de honestidad, sinceridad y códigos de honor con los que siempre me he identificado y me he sentido cómodo. Esa al menos es mi experiencia.
A lo que añadió sobre lo que ha vivido en su rol como comunicador y divulgador en el ámbito laboral:
Como comunicador mi experiencia es bien distinta. Desde los primeros contratos (con bonitas excepciones) vas pagando por tu ingenuidad, tu candidez. Por pensar que la palabra tiene un valor, que todo el mundo es honesto y van a respetar tu trabajo. […] No sé cuánto voy a durar así, porque no me hace feliz. Y estas son las reglas del juego. No es fácil cambiarlas. Pero al menos he identificado el problema. Qué es lo que tiene valor para mí (el conocimiento, la ciencia y tú) y qué no lo tiene (el resto).
Y comienza a cerrarlo con las —también— emotivas palabras, al decir:
De verdad que cuando me pongo a valorar mi trabajo y pensar en lo que vale la pena siempre me queda la gente, los amantes de la física que quieren aprender, tú.
Contigo puedo ser yo, como era hace 10 años cuando empecé mi doctorado, un chico ingenuo y cándido que quiere aprender
Quienes ya hemos pasado tiempo en la ‘vida real’, sabemos que no podemos solos contra el sistema. Qué es muy difícil y extenuante cuando te encuentras por primera vez en ese contexto que describe el Doctor también en sus tweets, el sentirse sofocado, agobiado y desalentado al darse cuenta que en muchas ocasiones, es un estado continuo que ya no nos abandona. Es la realidad chocante del entorno en el que nos hayamos sumergidos.
De la candidez a la náusea
Tal vez no vivamos en el mejor de los mundos como creía Leibniz, pero podría ser peor. Leibniz nos aconsejaba, entonces, actuar conforme a lo que juzguemos nos resulte más conveniente, en la medida que nuestras creencias nos dictarán que, si las cosas no sucedieron así antes, ello fue porque no había llegado su momento. Lo sucedido con el reconocido físico español Javier Santaolalla, es como lo sucedido también en La náusea de Sartre. En dónde se narra las desventuras de un joven que percibe el mundo como algo absurdo. En el que el autor describe las circunstancias en las qué convergen en un descenso hacia una oscuridad que se vuelve inevitable y la llegada de la apatía que siente el protagonista hacia la realidad que le toca vivir por el hecho de existir en el momento que le tocó hacerlo. Aunque ese momento, parece que se puede extrapolar no solo a ayer, sino también a hoy y mañana.
Como al Doctor Santaolalla, hoy los individuos en esta sociedad ajetreada, no son nada más que su propio proyecto; pues nos han inculcado que se existe nada más que en la medida en que se realiza uno mismo. De modo que, hay un pensamiento generalizado y hasta ‘aplaudido’ en el que, por lo tanto, las personas no son más que el conjunto de sus propios actos, nada más que su vida individual. Yo, yo y yo.
Sartre nos enseñó que, es debido a esto, por lo que podemos comprender por qué nuestra doctrina horroriza a algunas personas. Porque a menudo no tienen más que una forma de soportar su miseria, y es pensar así —en sí mismos y sus propios actos y logros sobre todas las cosas—. Impregnado de pensamientos e ideologías cono las que pregonan: las circunstancias han estado contra mí; yo valía y valgo mucho más de lo que he sido y lo que soy; ahora haré que suceda así. La meta entonces se alza como aquella donde: Una persona que se compromete en la vida… La plasma, y si no la logra configurar, entonces no será nada. Parafraseando a Jaime Garzón: Me importo yo. Lo más importante soy yo. Y todo en cuanto consiga es por y para mi beneficio y gozo. El no lograrlo, será una vida condecorada al fracaso. Esa es la actitud predominante en este mundo. ¿Aún dudan acerca del por qué los demás están dispuestos a querer pasarnos por encima a cada momento?
Puede resultar molesto este pensamiento para todo aquel que ha triunfado en la vida. Pero, por otra parte esto debería disponernos para cuestionarnos y lograr la posterior comprensión acerca del por qué no sólo cuenta la realidad, sino que, son los sueños, las procesos, los esfuerzos y las esperanzas lo que permiten definir a una persona es hoy.
Como diría San Agustín, porque muchos lo hagan, no significa que no esté mal, o por qué uno solo lo haga, no deja de ser bueno. Debemos recordar que, si bien el ser humano es siempre un proyecto que se realiza en lo que le sucede, en gran medida también lo será en la forma de sus decisiones y en sus elecciones. Como ya se dijo antes, uno es lo que hace con lo que las circunstancias hicieron de uno.
Bendita sea la conciencia que nos permite crearnos a nosotros mismos. Qué nos permite también decidir, qué ser a través de nuestros actos. Que me permite realizarme entre lo que he vivido, lo que soy y lo que anhelo. Bendita seas, porque nos permitimos ser a través de las contingencias o a pesar de ellas, si se prefiere verlo así. Bendita que me permite aceptar, adoptar y hasta cambiar lo real y lo posible.
Javier Santaolalla, en sus palabras, en su ‘confesión’ nos ha mostrado que, hay una gran importancia en reconocer la responsabilidad de mis acciones en la confirmación de aquello que dota de sentido a la existencia. Lo que nos ha dicho en sus tweets de aquel día, nos debe decir que aquello que somos, lo somos a partir de lo que elegimos adoptar y aceptar en nuestras vidas. Sus expresiones rebosan aún de un optimismo útil y necesario en torno a la libertad de elección.
Una alegoría a la candidez
Así como en su momento Leibniz y Voltaire nos enseñaron que, el autoconocimiento y el trabajo son herramientas que pueden ser utilizadas para prevenirse tanto de la falsa esperanza del optimismo radical, como de la negra melancolía ultranza que conduce al pesimismo…. Se dibujaba un justo sendero para transitar hacia una auto realización, así también se nos presenta el camino que se nos posa en frente en la vida laboral y personal de hoy. Javier Santaolalla nos ha recordado y también compartido, que la vida, la existencia no es algo que se debería dejar para pensar solamente de lejos: es preciso, al estilo de Sartre, «que nos invada bruscamente, que pese sobre nuestro corazón tanto como una gran bestia inmóvil. Si no, no hay absolutamente nada». En serio, nada.