El vermut emergió como elemento narrativo en obras como “La Bodega” (1905) de Vicente Blasco Ibáñez, donde las escenas de vermut en los cafés barceloneses sirven como telón de fondo para discusiones políticas y sociales. En “Luces de Bohemia” (1920) de Valle-Inclán, el vermut aparece como compañero inseparable de las tertulias literarias de Max Estrella, simbolizando la decadencia y la lucidez de la bohemia madrileña.
Émile Zola, en “L’Assommoir” (1877), utiliza el vermut como símbolo de la transformación social parisina, especialmente en las escenas donde Gervaise observa los cambios en los hábitos de consumo de la clase trabajadora. Por su parte, Luigi Pirandello en “Il Fu Mattia Pascal” (1904) emplea el vermut como elemento recurrente en las reflexiones del protagonista sobre su identidad y las convenciones sociales.
En la poesía, el vermut aparece significativamente en los versos de Manuel Machado, especialmente en su poemario “El Mal Poema” (1909), donde las referencias al vermut acompañan escenas de la vida bohemia madrileña. Rubén Darío, en sus crónicas y poemas reunidos en “Prosas Profanas” (1896), menciona el vermut como parte del ritual de los cafés literarios parisinos.
Los cuentos de Leopoldo Alas “Clarín” en “Pipá” (1886) utilizan el vermut como elemento caracterizador de la sociedad urbana, particularmente en las escenas ambientadas en cafés y tertulias. También aparece en los relatos cortos de Pío Baroja recopilados en “Vidas Sombrías” (1900), donde el vermut sirve como catalizador de encuentros y revelaciones personales.
Impacto cultural
La presencia del vermut en estas obras refleja su importancia como fenómeno social y cultural, trascendiendo su función de simple bebida para convertirse en un símbolo de transformación social, especialmente en las grandes ciudades europeas de finales del siglo XIX y principios del XX. Las tertulias vermuteras documentadas en estas obras literarias impulsaron el desarrollo de nuevos espacios de socialización urbana, modificando no solo la arquitectura de los establecimientos públicos sino también las dinámicas sociales y económicas de la época.
Los escritores costumbristas también incorporaron el vermut en sus obras como reflejo de las nuevas costumbres urbanas. Carlos Arniches en “Del Madrid Castizo” (1915) retrata las vermuteras como espacios de encuentro entre clases sociales, mientras que Carmen de Burgos en “La Rampa” (1917) utiliza el vermut como símbolo de la independencia femenina emergente.
En el ámbito teatral, Jacinto Benavente incorpora escenas de vermut en “Los Intereses Creados” (1907), utilizándolas como marco para la crítica social. La dramaturgia de Gregorio Martínez Sierra, especialmente en “Canción de Cuna” (1911), emplea el vermut como elemento de transición entre escenas costumbristas y momentos de revelación dramática.
Las revistas literarias de la época como “Prometeo” y “Helios” publicaban regularmente crónicas sobre las tertulias vermuteras, documentando el fenómeno desde una perspectiva periodística-literaria. Ramón Gómez de la Serna, en sus greguerías y textos publicados en “Prometeo”, convirtió el vermut en protagonista de sus experimentos literarios vanguardistas.
La influencia del vermut se extendió también a la literatura catalana, donde Santiago Rusiñol en “L’Auca del Senyor Esteve” (1907) retrata la transformación de Barcelona a través de las costumbres vermuteras. Joan Maragall, en sus poemas y escritos periodísticos, documenta la cultura del vermut como parte esencial de la vida modernista catalana.
Esta presencia literaria del vermut generó cambios significativos en la industria editorial, que comenzó a publicar guías y compendios sobre establecimientos vermuteros. Las editoriales incorporaron secciones específicas dedicadas a la crítica social y cultural vinculada a estos espacios. La publicidad de la época reflejaba esta tendencia literaria, utilizando referencias a obras y autores en la promoción del vermut.
El fenómeno también influyó en la arquitectura y el diseño urbano. Los establecimientos descritos en estas obras literarias sirvieron como modelo para nuevos espacios sociales, combinando elementos tradicionales con innovaciones modernistas. La industria del vermut respondió creando productos específicos para estos nuevos espacios culturales, estableciendo una relación simbiótica entre literatura, comercio y sociedad que definiría la vida urbana durante décadas.
El Arte del Vermut: Preparación, Servicio y Variantes
El vermut tradicional se prepara a partir de vino blanco macerado con hierbas aromáticas, especias y raíces. La base principal incluye ajenjo, genciana, cardamomo y corteza de naranja amarga. Las proporciones clásicas sugieren 75ml de vermut por copa, servido entre 8-10°C para el blanco y 14-16°C para el rojo.
La preparación tradicional requiere copa balón o vaso ancho de cristal, con hielo abundante y bien frío. Se añade una rodaja de naranja o limón, según la variedad. El vermut rojo admite una aceituna verde o negra. Algunas casas italianas sugieren una piel de naranja flameada para potenciar los aromas cítricos.
Las variantes principales incluyen:
- Vermut Seco (Extra Dry): 40g/l de azúcar, característico de Martini Extra Dry
- Vermut Blanco (Bianco): 150g/l de azúcar, color transparente o pajizo
- Vermut Rojo (Rosso): 150g/l de azúcar, color caramelo
- Vermut Reserva: Envejecido mínimo dos años en barrica
Las escuelas tradicionales son:
- Estilo Turín: Más dulce, notas de vainilla y canela
- Estilo Chambéry: Seco, floral, con notas alpinas
- Estilo Reus: Cítrico, con notas herbáceas mediterráneas
El maridaje clásico incluye aceitunas, chips de patata artesanales, anchoas, berberechos y mejillones en escabeche. En Cataluña se acompaña con “vermuteo”: patatas bravas, boquerones en vinagre y encurtidos varios.
Innovaciones modernas incluyen el vermut de barrica, vermut rosado y vermut artesanal con botánicos locales. Algunas destilerías experimentan con maceraciones de frutas exóticas o especias asiáticas, aunque manteniendo la esencia del vermut tradicional.