De la Plaza al Gijón Una metamorfosis social del beber español

De la Plaza al Gijón: Una metamorfosis social del beber español

“Escribimos para saborear la vida dos veces: en el momento y en retrospectiva.”
– Anaïs Nin

El aroma de los botánicos se mezcla con el aire tibio de una noche de verano en Madrid. Miguel ajusta su corbata mientras contempla la copa de gin-tonic que el bartender está preparando con meticulosa precisión en la terraza del Café Gijón. Los cubitos de hielo cristalinos tintinean contra el vidrio de la copa balón, creando una melodía que contrasta con los recuerdos que inundan su mente: veinte años atrás, en una plaza cercana, compartía litronas tibias con sus compañeros de facultad de Arquitectura.

“Antes todo esto era diferente”, murmura mientras observa la plaza transformada. Donde ahora hay mesas cuidadosamente dispuestas con manteles blancos y copas de cristal tallado, solían sentarse en círculos sobre el suelo, compartiendo sueños y botellas de plástico. La metamorfosis del espacio urbano es también la historia de su propia transformación, de la de toda una generación que creció entre dos mundos.

En Barcelona, Sara recorre los callejones del Born, donde ahora dirige un gastrobar especializado en ginebras artesanales. “Hace quince años, yo misma participaba en botellones en estas escaleras”, cuenta mientras prepara un gin-tonic con ginebra local y botánicos mediterráneos. “Es curioso cómo la vida da vueltas. Ahora algunos de mis clientes más habituales son antiguos compañeros de aquellas noches”.

La transformación no ha sido uniforme en toda España. En Sevilla, mientras las terrazas de Alameda se llenan de sofisticadas cocteleras, el rebujito mantiene su reino durante la Feria. “Es como si la ciudad viviera en dos tiempos diferentes”, explica Manuel, veterano camarero del barrio de Triana. “Durante la Feria, los mismos que piden gin-tonics premium el resto del año vuelven al rebujito tradicional. Hay rituales que ni la modernidad puede cambiar”.

La evolución de estos rituales del alcohol refleja transformaciones más profundas en el tejido social español. Los que crecieron haciendo botellón en los noventa ahora son padres que debaten sobre cómo abordar el tema del alcohol con sus hijos adolescentes. La contradicción es palpable en sus conversaciones, donde la nostalgia por aquellas noches de juventud se mezcla con la preocupación parental.

“Mi hija tiene ahora la edad que yo tenía cuando empecé a salir”, reflexiona Ana, mientras sostiene su gin-tonic en un bar de Malasaña. “A veces, cuando la escucho hacer planes con sus amigas, me reconozco en ella, aunque su mundo es completamente diferente. Ellos tienen Instagram, nosotros teníamos las cabinas telefónicas de la plaza”.

En los barrios periféricos de las grandes ciudades, la realidad es más compleja. Mientras el centro se llena de bares especializados y cocteleras de autor, en barrios como Vallecas o La Paz, el botellón sigue siendo una realidad viva, aunque transformada. “No es solo una cuestión económica”, explica Pedro, trabajador social. “Es una forma de resistencia cultural, de mantener espacios de socialización que no estén completamente mercantilizados”.

La dimensión internacional añade otra capa de complejidad. Los turistas que antes venían a España buscando sangría barata ahora hacen rutas especializadas de gintoneras. Barcelona, Madrid y San Sebastián se han convertido en destinos de turismo gastronómico donde la coctelería juega un papel fundamental. “Hemos pasado de ser el país de la sangría a ser un referente mundial en gin-tonic”, comenta Rosa, formadora de bartenders.

El cambio también se refleja en la literatura y las artes. Los escritores que antes retrataban noches de excesos juveniles en sus novelas ahora escriben sofisticadas columnas sobre coctelería en suplementos dominicales. La evolución del ritual social ha generado su propio vocabulario, su propia estética, su propia mitología urbana.

En el País Vasco, la transformación adquiere matices particulares. “Del kalimotxo al gin-tonic hay todo un viaje cultural”, explica Iker, dueño de un bar en el casco viejo de Bilbao. “Pero lo interesante es que aquí ambas culturas conviven. En una misma noche puedes ver a cuadrillas compartiendo kalimotxo en la calle y a grupos degustando gin-tonics premium en barras de diseño”.

La memoria colectiva de aquellas noches de botellón permanece en la generación que ahora ronda los cuarenta. Carmen, profesora universitaria, recuerda: “No era solo por el dinero, aunque obviamente influía. Era un ritual de pertenencia, de construcción de identidad. Sentados en círculo en una plaza, con nuestras botellas compartidas, creábamos algo que iba más allá del simple acto de beber. Eran nuestros primeros intentos de crear comunidad fuera de las estructuras establecidas”.

Las plazas que antes la policía local despejaba de jóvenes bebedores ahora albergan terrazas donde una sola copa cuesta lo que antes era el presupuesto semanal de un estudiante. La gentrificación del consumo de alcohol es un reflejo de transformaciones más amplias en la sociedad española. Los espacios públicos se han privatizado, el ocio se ha comercializado, y la espontaneidad ha dado paso a la planificación.

“Antes quedábamos en la plaza y veíamos qué pasaba”, recuerda Miguel. “Ahora hay que reservar mesa, elegir el gin-tonic adecuado, conocer los botánicos, entender de tónicas premium. Se ha ganado en sofisticación, pero quizás se ha perdido algo de autenticidad en el camino”.

La dimensión de género también ha evolucionado significativamente. “En los noventa, el botellón era un espacio sorprendentemente igualitario”, reflexiona Laura, socióloga. “Chicos y chicas compartíamos el mismo espacio, las mismas bebidas, los mismos rituales. La cultura del gin-tonic, en cambio, inicialmente fue más masculina, aunque esto ha cambiado en los últimos años”.

Los barmans se han convertido en los nuevos guardianes de esta cultura transformada. “No solo preparamos bebidas”, explica Javier, mientras pela meticulosamente una lima. “Somos custodios de un ritual social. Cada gin-tonic es una pequeña ceremonia, una pausa en el tiempo donde la gente puede conectar, conversar, compartir”.

La pandemia añadió un nuevo capítulo a esta historia de transformación. El confinamiento llevó el ritual del gin-tonic a los hogares, democratizando el conocimiento sobre su preparación. Las videollamadas grupales se llenaron de improvisados barmans que experimentaban con diferentes combinaciones. “Fue como si la necesidad de conexión social nos llevara a reinventar nuestros rituales”, recuerda Sara.

En la actualidad, ambas culturas coexisten en un equilibrio dinámico. Los jóvenes estudiantes siguen encontrando formas de socializar en espacios públicos, mientras los bares especializados continúan innovando en sus ofertas. “No es una cuestión de mejor o peor”, reflexiona Miguel, terminando su gin-tonic en el Palace. “Es la historia de cómo una sociedad evoluciona, se adapta, se reinventa. En el fondo, seguimos buscando lo mismo: conexión, pertenencia, momentos compartidos”.

La noche madrileña sigue su curso, y en sus calles conviven todas estas historias. En alguna plaza, un grupo de estudiantes comparte risas y sueños alrededor de botellas compartidas, mientras en una terraza cercana, un bartender prepara meticulosamente el enésimo gin-tonic de la noche. Dos mundos, dos tiempos, dos rituales que cuentan la historia de un país en constante transformación.

La dimensión económica de esta transformación cultural revela otra capa de complejidad. Las antiguas tiendas de ultramarinos que vendían vino a granel han dado paso a elegantes vinotecas y tiendas especializadas en destilados premium. Los antiguos “chinos” donde los jóvenes compraban alcohol barato ahora ofrecen ginebras artesanales y tónicas importadas. Es la historia de un país que ha cambiado su relación no solo con el alcohol, sino con el consumo en general.

“Recuerdo cuando empecé en esto”, cuenta Ramón, que lleva treinta años regentando un bar en el centro de Valencia. “Al principio teníamos cuatro marcas de ginebra, todas conocidas. Ahora tenemos más de cincuenta referencias, cada una con su propia historia, su propio ritual de preparación. Los clientes no solo quieren beber, quieren aprender, entender, experimentar”.

En las escuelas de hostelería, la coctelería ha pasado de ser una asignatura marginal a convertirse en una especialización codiciada. Los jóvenes bartenders estudian botánica, química básica, historia de los destilados. La preparación de un gin-tonic se ha convertido en una forma de arte, con sus propios maestros y aprendices.

Las redes sociales han jugado un papel fundamental en esta transformación. Instagram se ha llenado de fotografías de gin-tonics perfectamente elaborados, con sus guarniciones cuidadosamente seleccionadas y sus juegos de luz. “Es curioso”, reflexiona María, influencer especializada en coctelería, “cómo una bebida puede convertirse en un objeto de deseo estético. Los botellones nunca se fotografiaban, eran momentos para vivir. Ahora cada copa es una oportunidad para crear contenido”.

Los festivales de música, antiguos bastiones del consumo masivo de alcohol, también han evolucionado. Muchos ahora incluyen espacios “premium” donde bartenders profesionales preparan cócteles elaborados. “Es como si la cultura del gin-tonic hubiera conquistado hasta los últimos reductos de la cultura del botellón”, observa Carlos, promotor musical.

Pero quizás lo más significativo sea cómo esta evolución refleja cambios más profundos en la manera de entender el ocio y el tiempo libre. “Antes salíamos para escapar, para olvidar”, reflexiona Ana. “Ahora salimos para experimentar, para aprender, para coleccionar momentos. Es una forma diferente de entender la diversión”.

En las facultades de sociología, esta transformación se estudia como un ejemplo de cambio social acelerado. “No es solo una cuestión de hábitos de consumo”, explica el profesor Martínez. “Es un cambio en la manera de construir identidad social. El gin-tonic actual es un marcador de clase, de cultura, de sofisticación, igual que el botellón fue un marcador de rebeldía y autenticidad”.

Mientras tanto, en las calles de cualquier ciudad española, la noche sigue siendo un espacio de posibilidades. Los jóvenes siguen buscando sus propios rituales, sus propias formas de conexión. Algunos lo harán en elegantes terrazas, otros en plazas públicas, pero todos forman parte de una misma historia: la de una sociedad que busca constantemente nuevas formas de encontrarse, de celebrar, de existir.

Al final, como reflexiona Miguel mientras pide la cuenta en el Palace, quizás la verdadera transformación no esté en lo que bebemos, sino en cómo lo hacemos, con quién lo hacemos, y por qué lo hacemos. La evolución del botellón al gin-tonic es, en el fondo, la historia de cómo España ha cambiado su manera de entender la vida social, el placer y la pertenencia.

El Arte del Gin-tonic: De la producción a la copa

La ginebra, ese destilado que ha revolucionado las noches españolas, esconde un mundo de complejidad en su producción. En las destilerías modernas españolas, como la valenciana Ginself o la madrileña Larios, el proceso comienza con una cuidadosa selección de botánicos. “Cada ginebra es como una sinfonía”, explica María Torres, maestra destiladora. “El enebro es nuestro instrumento principal, pero los cítricos, las flores, las raíces… son los matices que crean una composición única”.

El proceso de destilación moderno mantiene el respeto por la tradición mientras abraza la innovación. En alambiques de cobre, algunos centenarios, los botánicos danzan con el alcohol base. Algunas destilerías españolas han introducido técnicas de destilación en frío, que preservan los aromas más delicados. “Es como hacer perfume”, continúa María. “Cada temperatura, cada tiempo de maceración, afecta al resultado final”.

Pero la verdadera revolución española no está solo en la producción de la ginebra, sino en su forma de servirla. El gin-tonic español se ha convertido en una categoría propia, admirada y emulada internacionalmente. Todo comienza con la copa balón, esa amplia copa de tallo largo que permite que los aromas se desarrollen plenamente. “La copa balón no es un capricho estético”, explica Javier Ruiz, bartender premiado internacionalmente. “Es una herramienta que permite que la bebida exprese todo su potencial”.

El ritual de preparación se ha convertido en un espectáculo en sí mismo. Primero, la copa debe enfriarse adecuadamente. El hielo utilizado no es cualquier hielo: debe ser cristalino, denso, de fusión lenta. “Un mal hielo puede arruinar el mejor gin-tonic”, advierte Javier. “Debe enfriar sin diluir excesivamente”.

La proporción entre ginebra y tónica se ha convertido en objeto de debate entre expertos. La tendencia actual favorece proporciones más generosas de ginebra que en el pasado, generalmente en una relación 1:2 o 1:3 con la tónica. “Pero no hay reglas absolutas”, matiza Carmen Suárez, formadora de bartenders. “Cada ginebra pide su propia proporción, su propia tónica, sus propios botánicos”.

Las combinaciones más solicitadas varían según la región y la temporada. En verano, las ginebras con perfiles cítricos dominan las terrazas españolas. La combinación de ginebra Mediterranean con tónica premium y twist de naranja se ha convertido en un clásico estival. En invierno, las ginebras más especiadas, con notas de cardamomo y canela, ganan protagonismo.

“La guarnición no es decoración”, insiste Carmen. “Es parte integral de la bebida”. Las variaciones son infinitas: desde el clásico twist de limón hasta elaboradas composiciones con flores comestibles, frutos rojos o especias tostadas. Cada elemento debe complementar el perfil aromático de la ginebra elegida.

Las tónicas también han experimentado su propia revolución. De las dos o tres marcas disponibles hace décadas, hemos pasado a un universo de tónicas premium con diferentes perfiles aromáticos. Algunas resaltan notas cítricas, otras son más florales, algunas juegan con botánicos exóticos.

Entre las combinaciones más solicitadas en España destacan:

  • Ginebra London Dry con tónica premium y twist de limón, el clásico renovado
  • Ginebra rosa con tónica floral y frutos rojos, favorita en las terrazas veraniegas
  • Gin Mare con tónica herbal y cítricos frescos
  • Ginebras locales artesanales con tónicas botánicas y hierbas aromáticas del entorno

La temperatura de servicio es crucial: la copa helada, la ginebra a temperatura ambiente, la tónica bien fría. El orden de los ingredientes también importa: primero la ginebra, luego el hielo, finalmente la tónica vertida suavemente por el lateral de la copa para preservar la carbonatación.

“Un buen gin-tonic es una experiencia multisensorial”, concluye Javier. “Es visual por el color y la transparencia, olfativo por los aromas que se desarrollan en la copa, táctil por la burbuja de la tónica, y por supuesto, gustativo. Es un viaje que comienza con los ojos y termina en el paladar”.

Camina hacia el futuro

Yeisson X

Médico especializado en Neurología. Abogado con énfasis en Derecho Penal. Bueno, todo eso querían en mi familia. Estudié Comunicación Social – Periodismo, escritor y buen amante.

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